Las marcas del encendedor

Estaba hablando con un amigo y me contó que la noche anterior le había pasado algo, una especie de Epifanía, me dijo:

“Tenía en la mano un cigarrillo como cualquier otro.

Pero el encendedor… ese no era como los demás.


Tenía marcas. Rayones.

Cicatrices, podría decirse.

Y me quedé mirándolas un rato, como si me estuviera hablando.


Pensé: este encendedor no se pudo haber hecho esas heridas solo.

Alguien más se las hizo.

Ahí está la diferencia entre él y yo.

Porque yo sí me hice muchas de las mías.

Y también se las hice a ella.


Pero tal vez ahí esté la verdadera similitud:

las marcas no nos hacen iguales,

nos hacen únicos.


Encendí el cigarrillo, y con él una pregunta que me persigue desde hace años.

¿Por qué no puedo dejar de pensarla?


Ya no la lloro.

Ya no me duele como antes.

Pero sigo despertando con su nombre callado entre los dientes.

Sigo cargando su recuerdo, no como una carga,

sino como un eco que no se va.


Y lo entiendo.

O mejor dicho… no necesito entenderlo.

Porque aunque no lo entienda del todo,

yo sé por qué.

Porque la amé.


La amé con el corazón abierto, con las manos torpes, con miedo.

Y a veces, con ese mismo amor, nos hicimos daño.


Ella ya no está.

Y no sé si me piensa,

pero yo sigo queriendo que esté bien,

que encuentre todo lo que no encontró conmigo.

Que encuentre paz, aunque no sea en mis brazos.


Ahora estoy aquí, con este cigarrillo encendido,

y no espero que al quemarlo se vayan todos sus recuerdos.

No soy tan ingenuo.

Ni tan injusto.

Porque olvidar sería negarla, y negarla sería negarme.


Solo quiero que se queme el dolor.

El que vino después.

El que nació cuando supimos que no íbamos a tener un futuro juntos.

Y quedarme con lo chimba que fue todo.

Con lo hermoso que hubo antes del final.


Eso basta.


Y que ese recuerdo sea solo una marca más,

como las del encendedor.

Una más entre todas,

que me recuerda que viví algo único,

aunque no haya durado.


Que así, con mis marcas,

con mi cicatriz más hermosa,

yo pueda dejarla ir.


No por olvido.

Sino por amor.


Así que cuando apague este cigarrillo,

no será un adiós dramático, ni una despedida definitiva.

Será apenas un gesto.

Un acto simbólico de alguien que ya entendió que no todo lo que se ama se queda.

Pero sí deja algo.


Una huella.

Una enseñanza.

Una marca más en la piel que no se ve.


Y con esa marca, seguiré.

No más ligero, tal vez.

Pero sí más verdadero.


Porque a veces, dejar ir no es olvidar.

Es aceptar que algo hermoso pasó

y que su lugar ya no está en el futuro…

sino en mí.”

no supe qué decir, más que un suspiro y una mirada al cielo.

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